Son admirables esos colegas, analistas o políticos de todo pelaje que tienen siempre las cosas claras y saben cómo dirigirse a su parroquia. Algunos son partidarios de las bombas y la guerra, otros arremeten contra los vicios históricos de Occidente, causante de todos los males de la tierra. Alguno nos ha llamado cobardes por tener miedo y carecer de agallas; otro, apóstatas por no rezar a nuestro Dios porque ya no creemos en él y por tanto carecemos de músculo moral.
Están los biempensantes que sugieren que la democracia se defiende con democracia, y los bélicos que no ven fin a esto hasta que los buenos no cojan los carros de combate y se planten donde está la cabeza de la hidra.
En realidad, unos y otros hablan para llenar el silencio porque todos, sin distinción, saben que no saben cómo se para esto. ¿Cómo se vence a un ejército anónimo, disfrazado de civil, que se pasea por nuestras calles y vive a nuestro lado? ¿Cómo se gana a quién está dispuesto a matarse para matarnos?
Perdonen que sólo formule preguntas. No tengo otra cosa.