En la crónica política del día bien podría aplicarse ese psicoanálisis.
Primero porque el “padre Griñán”, expresidente de la Junta, ha estado ante el tribunal Supremo declarando como uno de los responsables, por acción u omisión, del fraude de los ERE. En paralelo, su hija política, Susana Díaz, asiste a la petición general de todos sus adversarios, de que acabe con el padre y exija su dimisión. De ello depende su investidura, al menos a la primera.
También en UPyD siguen con los cuchillos afilados. La muerte política de la madre, Rosa Díez, parece la unidad de destino en lo universal. Cada día uno de sus miembros insiste en el cerco a la fundadora del partido. Y hay días que hasta de dos en dos.
Fuera de aquí, si hay un ejemplo paradigmático del mito de la muerte del padre es el de Jean Marie Le Pen: su hija, Marine, harta de las veleidades fascistas de papá, ha optado por pelearse con el progenitor y, al tiempo, prohibir que se presente en lista alguna e incluso amenaza con expulsarle del Frente Nacional. Lo de la señora Le Pen es matar dos pájaros de un tiro. Aunque su ideología siga precisando de un psicoanálisis.
La reflexión sobre la muerte del mentor político, lo que tiene de ingratitud pero también de necesidad, será nuestro tema de gabinete de hoy.