GENTE VIAJERA

Piérdete entre hayedos en los bosques de Ponga, en Asturias

Pasear por un bosque, disfrutando del contacto con la naturaleza es una experiencia reparadora que nos ayuda a regenerarnos del estrés de la ciudad. En 'Gente Viajera' con Carles Lamelo, el biólogo Raúl de Tapia nos propone un paseo entre hayedos en Ponga (Asturias).

Raúl de Tapia

Ponga (Asturias) | 05.01.2023 11:10

El Parque Natural de Ponga es de los menos conocidos del Principado de Asturias. Ponga es una ventana abierta la vida natural, uno de los destinos que siguen con precisión ese canon alpino del paisaje con pastizales de montaña, valles glaciales, foces, cordales rocosos y unos hayedos y abedulares maduros y extensos, en síntesis, es el imaginario común que todos tenemos en la mente cuando pensamos en la Asturias Verde.

Los ríos forman la personalidad del lugar, así el río Ponga discurre de sur a norte, y el Sella, que atraviesa el parque por el este dirigiéndose hasta la linde con el concejo de Amieva, tras recorrer el desconcertante desfiladero de los Beyos.

Más de 20 mil hectáreas, con muy poca presencia humana, conforman este escenario que se sitúa en el oriente asturiano y que tiene como población de referencia a San Juan de Beleño. El pueblo tiene nombre vegetal, beleño, planta de la que deriva el verbo embelesar sinónimo de fascinar, extasiar, y éste es el estado en el que se halla todo viajero que recorre estos caminos. En esta localidad encontramos el Centro de Interpretación del Parque, y un amplio conjunto de casas de indianos originales de principios del siglo 20, que se han convertido en patrimonio arquitectónico del pueblo en combinación con los hórreos beyuscos más antiguos. El Centro de Interpretación está ubicado en el Mirador de la Espinera, un asomadero a un paisaje que impresiona por su grandiosidad. Muy recomendable visitarla, interesante para todas las edades, donde nos facilitarán la información de los distintos senderos y las propuestas de barranquismo, raquetas de nieve, tirolinas o vías ferratas.

Senderismo | Getty Images

Limitando con el Concejo de Amieva se encuentra la garganta de Los Beyos, formada por la erosión del río Sella y es esta una de las más recomendables entradas o salidas al Parque. En esta red fluvial, así como en la mayor parte de ecosistemas acuáticos del Concejo destaca la presencia de nutrias y desmanes, indicadores de la alta calidad del agua. Este desfiladero es grandioso y es de los lugares que te hace sentir pequeño por el impresionante esplendor de la geología, de las rocas talladas por los milenios.

Otra posibilidad de entrada en el Cocellu de Piloña, en estas ocasiones en el oeste del parque y aquí la orografía de la carretera nos obliga a no superar los 35 Km/hora, una conducción lenta y tranquila. Esta circunstancia implica que veamos el paisaje casi a cámara lenta, observando cada prado verde en todo su esplendor. De vez en cuando a parecen pequeñas aldeas, en los escasos escalones llanos que aparecen dispersos en las laderas. Uno tiene la sensación de estar atravesando una tierra parada en el tiempo que no deja de tener algo de onírico, de ensueño.

Un hayedo excepcional

El hayedo referencial es el Bosque de Peloño. Para recorrerlo tomamos como referencia San Juan desde donde una una carretera serpenteante y una empinada pista forestal nos acercan hasta en el mirador de Les Bedules, donde dejaremos el coche e iniciaremos la ruta. Sólo el hecho de subir hasta este asomadero es un disfrute absoluto ya que tienes una visual de casi 360 grado sobre las montañas asturianas. Si el día sale luminoso seremos testigos de unos macizos rocosos apabullantes que se hunde en fondos de valle siempre verdes. Aunque es probable que la niebla lo vele toso, entonces será bueno pararse a observar el paisaje a retazos, a pequeñas miradas que es lo que nos ofrece la magia de las brumas.

Caminando por esta ruta estaremos inmersos en uno de los más grandes hayedos del país, que en este momento están jugando con las luces del otoño. Las hojas ya empiezan a amarillear y antes de que viren hacia los colores cobrizos podremos experimentar es fenómeno que los japoneses llaman Komorebi: la luminosidad del bosque cuando los rayos del sol atraviesan las hojas de los árboles. Es un placer contemplar este efecto natural pues cambian a dada instante y va descubriendo rincones del hayedo como en una escenografía guionizada. En este hayedo podemos ponernos como referencia de destino el famoso Roblón de Bustiello, un roble monumental, que acumula mas de dos siglos y se alza como el mástil de un galeón, dominando todo su entorno. Este gigantón nos cuenta cómo debieron ser estos bosques en el pasado y de esta forma entendemos la riqueza de la mitología asturiana

Reponiendo fuerzas en un balneario

Un lugar ideal es la Casona de Mestas, un pictórico balneario que aprovechas las aguas del lugar. En este punto se juntan el río Taranes y el Ponga con lo que la sonata del agua es constante. Podemos acercarnos hasta el interior del bosque de galería que forman los avellanos y los tilos, conformando una bóveda arbolada perfecta que invita a sentarse en las piedras que marcan la orilla. El canto permanente es el del raitán que es como aquí llaman al petirrojo. Un chapiteo metálico que salga de su siringe para atraer nuestra mirada hacia sus vuelos inquietos. Si no nos movemos se acercará a resolver su curiosidad pues siempre trata de conocer todo lo nuevo que aparece en su territorio.

También es el ecosistema de una de las aves de las aguas frías de sierra, el mirlo acuático, que atraviesa ágil ese túnel de árboles hasta detenerse en las piedras planas que le facilitan entrar en el agua. Es aquí, bajo el agua, donde se alimenta pues literalmente camina por el fondo del río atrapando pequeños insectos en apnea, sin respirar. Todo un alarde de adaptación al entorno.

En este viaje puedes disfrutar del hallazgo de un rincón salvaje, primigenio que parece que inauguras cuando lo caminas. El pueblo de Taranes es el que nos recibe para iniciar la senda, y nada más comenzar encontramos un antiguo molino harinero y un hermoso lavadero. Quizás el tramo más desorbitante es el paso por la Foz de Escalada, un desfiladero con unos paredones que se elevan cuatrocientos metros en alguno de los tramos. Parece que uno se adentra en un cuadro de David Friederich y poco a poco las hayas van tomando protagonismo en la zona que le dicen de la Furona. Las hayas acumulan siglos en sus corpachones, que adquieren formas imposibles en su búsqueda de luz. Un tapiz de musgos cubre las ramas y árboles caídos, dando al bosque un aspecto romántico, mitológico, que provoca que te detengas a cada paso a disfrutar en cada giro del camino. He de reconocer que la pendiente de la ascensión hace que agradezcas el pararte ante tanta belleza pues ayuda a recuperar el resuello.

En la ascensión al Tiatordos (1951 metros) con mucha frecuencia te acompaña la niebla, lo que implica que las arboledas tomen atmósferas de ópera wagneriana. En nuestra visita de ayer nos encontramos con uno de los ejemplares más bellos de un árbol llamado majuelo o espinera, que presentaba una armonía absoluta en las ramas, ocupando el aire con sus frutos de rojo intenso.