EL PULMÓN DEL PLANETA

Remontando el Amazonas

Empezamos 2024 pensando en grandes viajes. Uno de ellos, realmente transformador, definitivo, de esos que te cambian la imagen del mundo, es el que podemos hacer para conocer, para descubrir personalmente el río Amazonas, el gran río del planeta, el mayor de todos y también el más poderoso y salvaje. Un río legendario y un laboratorio en acción de la naturaleza, en buena medida todavía inexplorado y desconocido, al menos en buena parte de los territorios que vierten en él.

Enrique Domínguez Uceta

Madrid |

El ámbito geográfico del Amazonas atesora selvas descomunales y etnias no contactadas. Probablemente en estas tierras se conserven restos de civilizaciones de las que no tenemos noticia, porque la idea de que el territorio del Amazonas, la Amazonía, sólo ha acogido grupos étnicos que apenas han salido de la Edad de Piedra es sin duda una idea errónea y cada vez se comprende mejor que el territorio debe haber contado con una alta cantidad de población y civilización en el pasado. Justamente ahora se está exponiendo en Madrid, en el Centro Cultural de la Villa, la obra del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado dedicada a la Amazonia. La exposición es una joya absoluta que se adentra en el mundo fascinante y terrible de este territorio gigantesco. Permanecerá abierta hasta el 21 de enero y puede ser una buena manera de acercarse a la Amazonia para preparar un viaje que no es fácil de hacer, ya que el río se reparte en varios países.

Selva en Colombia | pexels

Dormir en la selva amazónica

La Amazonia es un verdadero corazón de la vida en la Tierra, y, si se destruye, la vida en el planeta, tal como la hemos conocido hasta ahora, sin duda desaparecerá. Hay quien hace todo lo posible, como el anterior gobierno de Brasil, pero parece que ahora Lula está dispuesto a parar la destrucción del ecosistema. Ojalá sea así, pero el camino que llevan algunos políticos de desprecio por la conservación del planeta invita a viajar a sus maravillas naturales antes de que desaparezcan. Hay que ir cuanto antes a ver glaciares y a ver selvas, porque lo más impresionante del Amazonas es que ofrece la experiencia más potente de lo que es una selva, quizá junto a otro lugar del continente americano como es la selva del Chocó colombiana, pero yo defiendo la idea de que hay que haber estado en la selva, no haberla visto, hay que sentir la selva, con toda su carga de peligro y de terror nocturno para saber lo que implica desde el punto de vista de las sensaciones. Ahora que los viajeros buscan experiencias, ninguna comparable a dormir en la selva del Amazonas. Una experiencia que, desde luego, no es un masaje: te hace sentirte en peligro, alerta, en el corazón de un entorno en el que todo es muy bello cuando lo ves, cuando te internas en los caños del río, cuando navegas entre murallas de selva que se precipitan sobre el río en busca de la luz, que es el bien más preciado en la selva, y cuando observas la riqueza de la flora, pero, incluso sumergido en ese esplendor vital, tienes la sensación de que debes tener máxima precaución, porque casi todo pincha, muerde y envenena. Cuando duermes en un taipirí, en una plataforma elevada sobre el suelo y con un simple tejado vegetal, y te intentas dormir en la hamaca, en el chinchorro, embutido en una mosquitera, y apagas la linterna y empiezas a oír todos los sonidos de la selva, realmente te preguntas qué haces allí. Y entonces todavía admiras más a quienes se adentraron en aquella selva en busca de oro y de El Dorado, y a quienes se dedicaron a explorar el río con medios muy precarios, y te das cuenta de lo que significaba en otro tiempo ser viajero. A lo mejor por eso no se organizan tantos viajes a la Amazonia como el lugar merece, aunque siempre hay una etapa amazónica cuando viajas a Brasil, a Colombia, a Ecuador o Perú.

Indígena amazónica en Iquitos, Perú | Unsplash

La Amazonia peruana

Desde luego recomiendo que, si vas a Perú, que es realmente donde nace el Río Amazonas, donde inicia los, al menos, 6.800 kilómetros de recorrido que le convierten en el más largo del mundo (más que el Nilo), no dejes de ir a la selva, al Amazonas de Perú. Volar a Iquitos, que es la capital de la Amazonia peruana, cuyo territorio es en realidad el 60 % del país, pero que está muy poco poblada. Iquitos es una Venecia elevada sobre las aguas cambiantes del Amazonas. Cerca de Iquitos se pueden visitar dos grandes reservas nacionales, la de Allpahuayo-Mishana y la Pacaya-Samiria, preciosa, donde además se puede navegar en un barquito de crucero como el Aqua Nera, muy confortable. La mejor manera de viajar en el Amazonas es por agua, haciendo excursiones en lancha con motor y bajándose a caminar en algún sendero y visitando algún poblado. Y no hace falta acampar en la selva: hay pequeños hoteles ecológicos gestionados por las comunidades indígenas que son estupendos y que sirven para conocer su manera de vivir y sus problemas y para mantenerse en contacto con ellos, para crear una red de apoyo que dificulte y denuncie los abusos a los que a menudo se ven sometidas las comunidades por parte de compañías mineras, petroleras y madereras a lo largo de todo el río. Y tengo una imagen previa a la del Amazonas peruano, cuando fui la primera vez a Machu Pichu y vi esos profundos barrancos de los Andes que se hunden por oriente en la selva. Realmente, la cordillera de los Andes, que está cerca del Pacífico, hace de divisoria y manda la mitad del agua que recibe hacia el lejano Océano Atlántico, cruzando todo el continente por la llanura amazónica. Salvo en las montañas andinas de Perú, el río es ancho y manso, con muy poca pendiente.

Niños en Leticia, Amazonas colombiano | Unsplash

Leticia, la capital del Amazonas en Colombia

Tendremos que tomar un avión en Bogotá y volar hasta Leticia, porque es imposible llegar por carretera desde el resto del país. Amazonas es un mundo aparte y Leticia es su capital, una interesante población de aire colonial muy cerca de la frontera con Brasil, ideal para hacer incursiones en la selva, para caminar en el bosque, visitar comunidades ticunas, con casas llamadas malocas, o las de los yucunas y uitotos, pescar pirañas si se quiere o salir por la noche a localizar cocodrilos con los ojos brillando en las orillas del río. El río es la autopista de la selva: pasan barcos de carga, de pesca y balsas que bajan con familias peruanas en busca de una vida mejor. Se ven delfines rosas y muchas aves, porque Colombia tiene en la selva la mayor variedad de aves del mundo. Muchas se pueden ver en el Parque Santander. Es un lugar estupendo, lleno de interés, al que se llega por el río desde Iquitos en doce horas, pasando por Puerto Lariño.

Vegetación amazónica en Brasil | Unsplash

Brasil, el gran país del Amazonas

Desde Leticia se llega fácilmente a Brasil, donde el río se hace verdaderamente descomunal, enorme. Allí el río es, como digo, una autopista llena de barcos que se parecen a los que circulaban por el Misisipi y a los que hemos visto en las películas, aunque el Amazonas lleva más agua que el Nilo, el Yangtsé y el Misisipi juntos. El área amazónica ocupa el Noroeste de Brasil y su gran ciudad es Manaos, una ciudad incomparable, puerto fluvial sobre el que recae la historia de la codicia que desató la fiebre del caucho amazónico, que permitió la construcción de ricos edificios en plena selva, incluso un teatro de la Ópera. El sitio es impresionante porque es donde confluyen las aguas del Río Negro y del Solimoes, por los que se puede remontar para adentrarse en territorios de pura selva. Las actividades son parecidas porque en todos los sitios del Amazonas tienen la oferta de hacer recorridos en lancha, tramos a pie por la selva, visitas de comunidades indígenas, puestas de sol desde el río y salidas nocturnas en busca de caimanes. Existe también la posibilidad de hacer el recorrido por tu cuenta a lo largo del río, cambiando de barco, y la de hacer un viaje en barco de lujo desde Manaos. Hay uno de Iberostar que es el Iberostar Grand Amazon Expedition. Además, para preparar el viaje, quiero recomendar un libro del maestro Javier Reverte dedicado a la Amazonia. Se titula "El río de la desolación" y es una joya literaria que merece la pena, aunque no te lo hayan traído los Reyes Magos.