Guía básica de Estambul
Estambul es una de las ciudades favoritas de muchos viajeros, la gente es estupenda, se come que no veas y aparte de ser tremendamente monumental, Estambul tiene tantas capas que no te la acabas. Por mucho que vuelvas en tú vida a recorrerla, sigues descubriendo capas nuevas.
Turquía |
En un primer viaje a Estambul, toca empaparse de toda la parte histórica; de cuando era ni más ni menos que la capital del mundo. Como tiene esa ubicación única con una parte de la ciudad en Europa y la otra en Asia, durante siglos confluyeron allí las grandes rutas comerciales entre ambos continentes, con toda la riqueza e importancia política que eso suponía. El Estambul de la Antigüedad podría compararse con lo que hoy sería Nueva York, aunque oficialmente fue la Roma de Oriente. Porque el imperio romano se hizo tan grande que acabó teniendo capital tanto en Roma como en Constantinopla, que es como se llamaba entonces Estambul.
Pero mientras Roma cayó en el siglo V, la Constantinopla cristiana se mantuvo como capital del Imperio Romano de Oriente hasta que en el siglo XV la tomaron los turcos otomanos, ya musulmanes. Y también ellos asentaron en Estambul la capital de su imperio. Haber sido la capital de imperios tan poderosos y tan longevos se nota por supuesto en lo monumental, pero también en el Estambul del siglo XXI. Lo percibes en esa mezcla tan única de Oriente y Occidente o en el orgullo que sienten los turcos por su historia y su cultura. O en su cocina tan elaboradísima, heredera de la cocina de los palacios. Basta fijarse en los enjambres de chimeneas que coronan las cocinas del palacio de Topkapi para imaginarse a sus chefs preparando exquisiteces para la corte del sultán.
El Topkapi es uno de esos imprescindibles en todo primer viaje a Estambul. Fue el palacio donde vivieron los sultanes otomanos desde el siglo XV hasta que en el XIX se trasladaron al totalmente versallesco y a orillas del Bósforo, palacio de Dolmabahçe. Topkapi no es un único edificio, como solemos imaginarnos un palacio, sino montones de ellos diseminados por los jardines que recuerdan, pero con toda sofisticación, a las carpas de los nómadas centroasiáticos que fueron sus ancestros. Mucha gente se lía con esto y piensa que los turcos son árabes y nada más lejos. Ni ellos, ni su idioma es el árabe. Si estos comenzaron a expandirse en el siglo VII desde la península Arábiga, los turcos, aunque acabaron mezclándose con tantos pueblos que tienen, como nosotros los españoles, más sangres que Drácula, llegaron desde las estepas del Asia Central y sí, luego se convirtieron al Islam, de ahí que tantos lo metan todo en el mismo saco y piensen equivocadamente que los turcos son árabes.
Los turcos se toman mal que los confundan con árabes
Pero, volviendo al Topkapi, que no se pierda la zona del harén. Hay que comprar una entrada aparte, pero son las salas más bonitas y merecen todo la pena. Y que tampoco se pierda Santa Irene, una iglesia del siglo VI que está en el primer patio del palacio y que, como aquello es tan grande, mucha gente la ve ahí a un lado y no entra. Santa Irene apenas se ha restaurado y está vacía, por eso entre sus cúpulas y anchísimos muros de ladrillo desnudo se siente el peso de los siglos de una manera que te quedas sin palabras.
El Topkapi te lo encuentras, al igual que monumentos tan esenciales como Santa Sofía, la mezquita Azul, el hipódromo romano o la Cisterna Bizantina, por el barrio histórico de Sultanahmet, que te lo recorres todo caminando muy fácilmente. Allí siempre habrá riadas de visitantes, por lo que recomendaría que se compren alguna de las tarjetas que hay para visitar varios museos y así ahorrarse las colas de entrada al Topkapi, o que lo visite con un guía local, pues, aparte de sacarle más jugo con sus explicaciones, entrando con guía también te ahorras una cola que a veces echa para atrás de lo larga que es. Y, fundamental, que trate de visitarlo por la tarde, cuando habitualmente hay menos turistas en el Topkapi y lo disfrutas mucho más. Hace unos años le habría recomendado lo mismo en Santa Sofía, pero desde que la han convertido en mezquita se entra fuera de las horas del rezo y vaya cuando vaya, seguro que habrá una cola kilométrica y adentro estará a reventar de gente. Por desgracia, eso lo tienen fatal organizado. O sea, que se arme de paciencia, pero que tampoco se le ocurra perdérselo.
Es imprescindible aprender a regatear y hacerlo sin vergüenza
Regatear pero con buen rollo y echándote unas risas, que a veces he visto a turistas despreciarle la mercancía a los comerciantes para bajarles el precio y eso de verdad que está muy feo. Eso sí, antes de volverte loca con las compras el primer día, mejor familiarizarte un poco con los precios, que por cierto han subido un montón en el último año y pico. Nos quejamos aquí de la inflación, pero en Turquía está siendo dramático. El Gran Bazar y el Bazar de las Especias son espectaculares de ver, pero que para comprar a mí me gustan más el Bazar Arasta; otro bazar histórico pero al aire libre y a las espaldas de la mezquita Azul, o el laberinto de tienditas que se desperdigan en las calles traseras del Bazar de las Especias, muy rollo zoco y muy frecuentadas también por los locales.
Le recomendaría que no deje de cruzar andando el puente de Gálata a la tarde, cuando cientos de pescadores echan la caña allí mismo entre el follón del tráfico y el gentío. O que, nada más cruzarlo, suba callejeando hasta las proximidades de la Torre de Gálata y en vez de esperar de nuevo una señora cola para subir a disfrutar las vistas desde este torreón construido en el siglo XIV por los comerciantes genoveses, que se busque alguna azotea, como la del Café Konak, para tomar algo mientras ve ponerse el sol sobre esa lengua de agua a la que le dicen el Cuerno de Oro, con decenas de minaretes apuntando como lanzas hacia el cielo por todo el skyline del Estambul más histórico. O que suba a un barquito para surcar ambas orillas del estrecho del Bósforo y salvo que sea claustrofóbica, que al comenzar la noche baje andando desde la icónica plaza de Taksim por la calle peatonal y siempre abarrotada de gente de Istiklal hasta el barrio de Pera. Muchos de sus edificios están que se caen, pero es una maravilla de barrio, con montones de tiendas bonitas y sitios para cenar, algún club de jazz incluso y sin falta, el hotel Pera Palace para al menos tomar una copa en esos salones por los que deambulaba Agatha Christie cuando escribió su novela Asesinato en el Orient Express.
Podemos continuar recorriendo el barrio de Karaköy
Junto al Bósforo y el nuevo museo Istanbul Modern está el barrio de Karaköy, repleto de cafés donde conocer a turcos y turcas modernísimos que te rompen los esquemas. Al igual que en los ya más alejados barrios de Fener y Balat, antiquísimos también, pero con locales muy cucos que llevan pocos años abriendo por esta zona donde, cada tarde, puedes escuchar cantar a los monjes griegos de la catedral ortodoxa de San Jorge. Es de lo más emocionante asistir a esta ceremonia, todos vestidos de negro, rodeados de velas e inciensos ¡y sin gente! La última vez que estuve debíamos ser 5 o 6 personas escuchándoles entonar sus salmos en griego, ¡estando en Estambul!
Cuando ya le has hecho “click” a lo esencial, es también el momento de visitar mezquitas más allá de las obvias. Como las del gran arquitecto Sinan, el Miguel Ángel otomano, que levantó maravillas como la mezquita de Rüstem Pachá, muy cerca del Bazar de las Especias, o la de Kılıç Ali Pasha, en Karaköy, donde disfrutar de la sesión más hedonista de baño turco en el hammam del mismo nombre; mucho más cuidado que también centenarios que hay junto al Gran Bazar, que están siempre a reventar de gente y pierde mucha gracia. O, en una segunda visita, sería el momento de visitar museos a los que difícilmente te da tiempo en un primer viaje. Como el Arqueológico, que tiene una colección de sarcófagos que corta la respiración, o el de Arte Islámico, donde te quitas de la cabeza cosas como que los musulmanes solo usan motivos florales o geométricos en su decoración porque tienen prohibido representar figuras humanas. Eso ha sido así en algunos periodos de la historia, pero no en todos. Por las salas del museo de Arte Islámico de hartas de ver pintura figurativa que, de nuevo, te rompe los esquemas.
Capadocia es el segundo plato fuerte del país
Si tuviera más de 4 o 5 días, que como digo, sería lo mínimo para ver lo esencial de Estambul, la Capadocia es imprescindible. Puedes hacer una ruta básica de un par de días por sus formaciones rocosas y sus iglesias excavadas en ellas, pero para los caminantes también hay rutas senderistas muy bonitas por sus valles, perfectos en primavera, ya fuera del frío pelón del invierno y el achicharre del verano. Turquía es enorme y con muchísimo por visitar. Como es un país muy seguro, quienes no tengan problemas de tiempo pueden alquilarse desde allí un coche rumbo destinos tan míticos de la Anatolia profunda como el monte Nemrut o el monte Ararat, casi en la frontera con Armenia. De preferir playas, las hay a puñados por toda la costa de Antalya o por el Egeo, repleto además de ruinas grecorromanas tan imprescindibles como Éfesos o la mismísima Troya de la Iliada. Y por allí, como os conté al regresar hace unos meses de la costa del Egeo, a partir de mayo vuelven a funcionar las goletas que puedes alquilarte una semana con un grupo de familiares o amigos. Todo un planazo eso de estar navegando por una costa preciosa y salpicada de yacimientos arqueológicos, y nada prohibitivo salvo que elijas una goleta de súper lujo.