3 de agosto de 1492. Palos de la Frontera. Las tres naves fondean ajenas al barullo que hay alrededor. Huele a despedida; hay miedo en el ambiente. También nervios. Los hombres suben a lo barcos, despacio, como si fuesen conscientes de que la travesía va a ser larga; como si supiesen que se van adentrar en los dominios de la Terra Incógnita… En los confines del mundo conocido, allí donde habitan los demonios de las aguas profundas…Nadie sabe qué les espera. Solo uno de ellos lo puede imaginar. Y así, tragando saliva, se sitúa en el gobernario de la Santa María. Sabe que va a ser difícil contener los impulsos de aquella caterva de maleantes una vez pasen el ecuador de su viaje, y comprueben que no llegan a su meta. Tendrá que bregar con paciencia y buena mano en aquellos apenas 36 metros de eslora, que comparte con 39 hombres. Hay tiempo para tejer una buena estrategia para que no lo tiren por la borda. Y así, rumbo a lo desconocido, zarpan los barcos, alejándose en el horizonte curvo, camino de una de las mayores aventuras de la historia de la humanidad…¿Sabía Colón adónde iba? ¿Tenía argumentos para defender la existencia de una tierra desconocida más allá de las millas que marcaban el fin del mundo? Y si existían esos argumentos, ¿por qué no los enseñó? Estas preguntas, además, vienen acompañadas de la más importante de todas: ¿quién era Cristóbal Colón? Con la emisión del reciente reportaje «Colón ADN, su verdadero origen», se intenta acotar, no sólo su procedencia, sino también su identidad. Algo que ya hicieron años atrás otros investigadores de los que nadie se acuerda y que llegaron a conclusiones, posiblemente más certeras que las que ofrece esta reciente investigación. Así que, de la mano del viajero más desconocido, enigmático y polémico de los últimos siglos, iniciamos viaje…