Carlos Páez, superviviente de los Andes, habla del médium que trató de localizarlos: "No nos encontró Croiset. No nos encontró mi padre, no nos encontró nadie"
Lorenzo Fernández Bueno entrevista en 'El Colegio Invisible' a Carlos Páez Rodríguez, uno de los supervivientes de la tragedia de los Andes del año 1972: Páez ha hablado de cooperación, religión y de cómo esta experiencia cambió su vida.
A raíz del estreno de la exitosa película 'La sociedad de la nieve' de J. Bayona, millones de personas a lo largo de todo el mundo están descubriendo la impactante historia detrás de la "Tragedia de los Andes": el 13 de octubre de 1972, un avión procedente de Montevideo se estrelló en esta cordillera, dejando atrapados a los supervivientes de esta tragedia a 4.200 kilómetros de altura sin agua, sin comida y sin abrigo. 70 trágicos días después, 16 supervivientes fueron rescatados de entre las ruinas del accidentado avión, tras haber superado una experiencia límite trabajando en equipo.
Carlos Páez, 'Carlitos', es uno de esos supervivientes, y a sus 70 años este empresario uruguayo afirma que "está condenado a contar esta historia". El empresario ofrece más de 100 conferencias anuales contando sus vivencias en la montaña, y su inspirador discurso ha llegado esta noche hasta los micrófonos de "El Colegio Invisible", donde Fernández Bueno ha tenido la oportunidad de entrevistar a este superviviente.
Un viaje de placer que acabó en desastre
Páez ha arrancado la entrevista afirmando que acaba de vivir "el enero más intranquilo del mundo", porque el éxito de la película de Bayona, y su nominación a los Óscar, ha traído consigo un aluvión de propuestas de entrevistas a los pasajeros del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya. A pesar de su impacto, Páez afirma de esta historia que "lo importante es que fue protagonizada por gente del común", por un grupo de jóvenes jugadores de rugby que subieron a un avión para realizar un viaje de ocio y placer con destino Santiago de Chile.
"Nos creíamos los dueños del mundo", ha recordado Páez, que a sus 18 años emprendía su primer viaje sin la compañía de sus padres. "Yo era, como dicen en España, un pijo", ha explicado el entrevistado, que recuerda vivamente la atmósfera de alegría que se respiraba en el aeropuerto: "Todo era maravilloso", ha explicado el superviviente, que ha añadido: "Todo era alegría, esa mañana la tengo tan presente". La euforia se mantuvo con el avión ya había despegado desde Montevideo: sin embargo, el entusiasmo se vio sustituido por el miedo cuando una bolsa de aire hizo que el avión se desplomase 600 metros de un tirón.
A modo de anécdota, Páez recuerda que tenía asignado un asiento en la ventana, y que cambió su puesto a un compañero: "Ese hecho del destino hace que él esté vivo y yo no", ha explicado Páez, que ha descrito el impacto como "el golpe más bestial que te puedas imaginar cuando el avión choca por la panza" contra lo cordillera, a 400 kilómetros por hora.
Páez, cristiano convencido, calculó en pocos segundos que oración se adecuaba más a la situación, y pensó en el padrenuestro: "Es demasiado larga, y no voy a quedar demasiado bien con Dios", confiesa Páez que pensó en un momento de riesgo extremo como fue el aterrizaje. "El avión se cortó 10 centímetros atrás de mi asiento", ha confesado el empresario.
Muerte, frío y miedo en la blancura de la nieve andina
Quizá estas oraciones de Páez tuvieron efecto, pues él fue uno de los supervivientes al impacto: ninguna de las personas allí presentes estaba preparada para las interminables jornadas que aún tenían por delante, pues los pasajeros no contaban con ropa de abrigo ni provisiones. "Nunca había visto un muerto en mi vida", ha explicado Páez, que describe esa primera noche como un auténtico infierno lleno de frío, dolor y muerte.
Sin embargo, Páez considera que los 70 días posteriores, en el que los supervivientes tuvieron que cooperar para mantenerse con vida, le transformaron para siempre: "De ese chico pajo que no sabía nada, me empiezo a transformar", ha afirmado Páez, que explica que volvería a subir ese avión, pues la experiencia le enseño a valorar las "pequeñas grandes cosas" que dan sentido a la vida. "Peleaba por cosas muy simples, volver a mi casa con mi papá, con mi mamá, con mi perro", recuerda Páez.
Los supervivientes Roberto Cannesa y Fernando Parrado aprovecharon el deshielo para atravesar la cordillera alcanzar un pequeño pueblo chileno en noviembre. Páez recuerda la llegada de los helicóptero de rescate como "el momento más feliz" de toda su vida, y recuerda también vivamente el regreso a la civilización: "Salimos como personas normales y volvimos como personas famosas", ha explicado Páez, que celebra que décadas después los supervivientes hayan extendido su legado y formado familias: "Hoy somos más de los que salimos de ese avión".
"Dios nos pegaba una puñalada"
En su entrevista con Lorenzo Fernández Bueno, Carlos Páez también ha hablado de la faceta más espiritual de la experiencia: el superviviente considera que los 70 días en la nieve fueron una prueba de humildad designada por Dios: "En ese momento, o te agarrás de Dios nada. No tienes otra chance", ha declarado el empresario uruguayo, que afirma que Dios les dio las herramientas para salir de la situación, pero que no obró ningún milagro: "Rezando solamente, de la cordillera no se sale", ha declarado el superviviente.
Sin embargo, Páez recuerda un momento en el que su fe flaqueó por completo, cuando un alud de nieve sepultó los restos del avión en el que el grupo se refugiaba precariamente: "Yo pensé que en la avalancha Dios nos pegaba una puñalada", ha confesado Carlos Páez.
Durante su estancia, los supervivientes se abandonaron a experiencias espirituales más allá de la religión: por ejemplo, Fernando Parrado y Roberto Canessa trataron de comunicarse con sus familias empleando la telepatía, en un arrebato de desesperación. "Yo también tenía un vínculo con mi madre", ha explicado Páez, que afirma que miraba la luna a diario sabiendo que su madre compartía la misma afición. "No es todo un drama. También tiene esa cosa divina", opina Carlos Páez, que ha comentado también un insólito intento de búsqueda que llevó a cabo su padre recurriendo a un médium.
La enigmática búsqueda de Croiset
Carlos Páez Vilaró, padre del desaparecido Carlitos, quiso recurrir a los servicios del vidente holandés Gérard Croiset para localizar los restos del avión donde podía estar su hijo. Croiset aceptó el encargo, aunque estaba siendo operado cuando se encomendó a la tarea: "Pasó la mente al hijo y le dijo: 'hazte tú el caso'", ha afirmado Páez, que explica que Croiset trasladó sus poderes a su hijo para llevar a cabo la búsqueda en los Andes.
Páez ha señalado una serie de coincidencias en las predicciones del hijo de Croiset: este mentalista hablaba de "una montaña descabezada con una nube siempre encima", y de un avión que se estrella y se desliza como un tobogán para alcanzar un lugar donde "hay vida y hay muerte".
Según explica el superviviente, las palabras del médium insuflaron fe en el ánimo del padre de Carlos, que quiso ponerse a buscar a su hijo en las montañas. Páez ha señalado otras coincidencias extraordinarias, como que el vidente fue capaz de dar las coordenadas exactas en las que se estrelló la aeronave, pero en un orden inverso - quizá porque Croiset realizó el trabajo de adivinación desde el hemisferio norte. El mentalista también se refirió a un pueblo con un cartel de "Danger", que resultó situarse a pocos kilómetros del lugar del accidente.
Sin embargo, no fue el mentalismo el que localizó a los supervivientes: "No nos encontró Croiset. No nos encontró mi padre, no nos encontró nadie", ha aseverado Páez.
Para concluir la entrevista, Páez ha elogiado la película de Juan Antonio Bayona, y ha recordado el fuerte aplauso que estalló en el preestreno de 'La Sociedad de la Nieve' en Montevideo, al que fueron invitados los supervivientes y sus familias: "El gran mérito fue de J. Bayona, que dio el mismo valor tanto a los vivos como a los muertos. "Al final lo que transmite esta historia es unidad", concluye Páez, que asegura que se trata de una película con la que él mismo acaba llorando cada vez que la ve.