ondacero.es | Marta Pérez Miguel
Madrid | 20.11.2022 06:05
Las vacunas de ARNm imitan la estructura de la superficie del SARS-CoV-2 en el organismo, de manera que las células inmunitarias las tratan como patógenos invasores y producen anticuerpos contra ellos. Esta lucha encarnizada entre nuestro organismo y ese patógeno extraño provoca una serie de efectos adversos que no son más que la respuesta de nuestro cuerpo al virus.
Algunos de los efectos secundarios más comunes a la hora de recibir cualquiera de las dosis de la vacuna son el dolor muscular, la fatiga o la fiebre, siendo estos dos últimos los más observados en los pacientes tras recibir la tercera dosis con Moderna. Y esos, precisamente han sido los sujetos de la investigación que han realizado científicos de la Universidad de Okayama (Japón) para determinar la relación entre los efectos secundarios y una mayor producción de anticuerpos.
Para su estudio, los investigadores reclutaron a 49 empleados y estudiantes universitarios como sujetos. Sólo se seleccionaron los participantes que no habían sufrido anteriormente la COVID-19 (hasta donde ellos sabían).
Todos ellos fueron encuestados para detectar reacciones adversas una semana después de haber recibido la tercera dosis de la vacuna de Moderna. Simultáneamente, se midieron los niveles de anticuerpos de todos justo antes de recibir la vacuna, 3 días después, 1 semana después y finalmente 1 mes después de la dosis.
Utilizando un modelo estadístico, se estipularon las correlaciones entre la incidencia de la fiebre y los niveles de anticuerpos en varios puntos temporales. Para tener en cuenta los factores que contribuyen a la aparición de la fiebre después de la vacunación, el equipo también tuvo en cuenta el sexo, las diferencias de edad, los antecedentes de alergia y el uso de antipiréticos (medicamentos para reducir la fiebre) entre los participantes.
A continuación, se clasificó a los sujetos en un grupo con o sin fiebre en función de los resultados de la encuesta. Se comprobó que el grupo con fiebre tenía más probabilidades de ser más joven (de 20 a 49 años) y de tener antecedentes de alergias. Después, se analizaron los niveles de anticuerpos en diferentes momentos de los dos grupos.
A la semana de la vacunación, el grupo con fiebre tenía unos recuentos de anticuerpos sustancialmente más altos que el grupo sin fiebre. Sin embargo, al mes de la vacunación no parecía haber ninguna correlación entre la incidencia de la fiebre y los niveles altos de anticuerpos.
Este es el primer estudio que destaca las asociaciones entre la inducción de la fiebre y los niveles de anticuerpos en varios momentos después de la tercera dosis de la vacuna de Moderna. Los autores también sugieren que, si bien estas observaciones contradictorias pueden no tener una relevancia clínica significativa, un estudio con un tamaño de muestra mayor podría proporcionar mejores conocimientos.