Por qué nos mareamos en los coches: estas son las causas
Muchas personas son incapaces de viajar en coche y no marearse. La explicación está en la conjugación de tres sistemas: el vestibular, el visual y el propioceptivo.
Entretener a los niños durante un largo viaje en coche no resulta tarea fácil. En estos casos solemos hacer la situación más llevadera dejándoles que lean cuentos o que usen la tablet para jugar o ver películas.
Sin embargo, este distendido momento puede volverse una odisea cuando alguno de los pasajeros palidece y anuncia que se le está revolviendo el estómago y siente náuseas. Y es que mantener la vista fija en un punto mientras el vehículo se mueve puede provocar, en algunas personas, una desagradable sensación de mareo. ¿Qué la desencadena? ¿Y por qué no les suele pasar al conductor ni al acompañante que ocupan los asientos delanteros?
Conjunción de sentidos
Para entender la sensación de mareo por movimiento, llamada cinetosis, tenemos que hablar de los mecanismos de orientación espacial. Es decir, de cómo ubicamos nuestra posición en el espacio que nos rodea para distinguir, por ejemplo, dónde es arriba y dónde abajo. Así podemos mantener la postura corporal, movernos e interactuar con nuestro ambiente.
En esta tarea participan principalmente tres sistemas: el vestibular, el visual y el propioceptivo, de los que ahora contaremos más detalles.
Mantener la postura corporal depende principalmente de un sentido que, a pesar de su importancia, no está incluido en la clásica e incorrecta lista de cinco que todos conocemos. Se trata del sentido del equilibrio, mediado por el sistema vestibular. Además de mantener la postura corporal y el equilibrio, realiza otras funciones importantísimas, como permitirnos fijar la vista en un punto.
El sentido del equilibrio está localizado en nuestro oído interno y consta de dos componentes: los canales semicirculares, que detectan rotaciones; y los otolitos, que captan aceleraciones lineales, incluyendo la gravedad. De este modo, el sistema vestibular nos faculta para determinar nuestra posición y saber cuándo nos estamos moviendo.
Sin embargo, tiene sus limitaciones. Por ejemplo, si nos movemos a una velocidad constante, entonces no hay aceleración y, por lo tanto, el sistema vestibular no detecta dicho movimiento. Esto explica la sensación de permanecer inmóviles mientras subimos o bajamos en un ascensor.
La vista sí engaña
Por otra parte, si estamos viendo que todo se mueve a nuestro alrededor, lo más seguro es que seamos nosotros los que nos estemos desplazando. Por lo tanto, para mantener la postura corporal también juega un papel importante la vista. Pero el sistema visual tampoco es infalible, y a veces la escena que estamos mirando se mueve a pesar de que nosotros permanezcamos quietos.
Un ejemplo es estar parado cerca de un vehículo grande, como un autobús, que de repente se mueve, dándonos la sensación de que somos nosotros quienes nos desplazamos. Esto ocurre porque el autobús ocupa una gran parte de lo que estamos viendo.
Por lo tanto, el sistema vestibular y el visual se complementan haciendo que nuestra orientación espacial sea más precisa, y hay otros sistemas que también contribuyen. Uno de ellos es el sistema propioceptivo, que usa sensores en los músculos, tendones y articulaciones para saber la fuerza y la posición generados por nuestros propios movimientos.
Informaciones en conflicto
El uso de diferentes estrategias hace que nuestra orientación espacial funcione muy bien en la mayoría de los escenarios. Sin embargo, durante la historia más reciente, los inventos de los humanos han creado nuevas situaciones que suponen un desafío para nuestra orientación espacial.
Los parques de atracciones, por ejemplo, son un espacio creado con el fin de llevar dicha orientación al extremo. También los medios de transporte crean una alteración de las condiciones que moldearon esa capacidad de situarnos en el espacio a lo largo de la evolución. Y el coche no es una excepción.
Cuando leemos o vemos una película dentro de un vehículo en marcha, nuestro sistema visual se concentra en un punto. Mientras que el sistema propioceptivo nos indica que estamos sentados inmóviles dentro del vehículo, el vestibular nos avisa de que nos encontramos en movimiento. Es decir, a nuestro cerebro llegan informaciones contradictorias a través de estos tres sistemas.
Así mismo puede haber conflicto cuando vemos por la ventanilla pasar objetos a gran velocidad, ya que, al verse borrosos, el cerebro no logra interpretar esa información. Esto también ayuda a marearnos.
Al hacernos mayores, ya podemos conquistar el asiento delantero, en donde gozamos de un campo visual mucho más amplio y podemos observar el horizonte lejano moviéndose lentamente a través del parabrisas. Este lugar privilegiado resuelve el conflicto entre el sistema visual y el vestibular debido a que el cerebro recibe información similar de la dirección y de la velocidad del movimiento a través de los oídos y los ojos.
Otra solución a esta guerra entre sistemas es mantener la cabeza apoyada y lo más recta posible para no alterar todavía más el sistema vestibular. Aunque, sin duda, la mejor opción es parar el vehículo de vez en cuando y dar un pequeño paseo para reestablecer el equilibrio entre los sistemas.
Juan Pérez Fernández, Investigador Ramón y Cajal, CINBIO, Universidade de Vigo y Paula Rivas Ramírez, Investigador postdoctoral, Universidade de Vigo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.