Chavela Vargas se va dándole las gracias a la vida
Todos me dicen el negro, llorona…
En negro se queda el escenario salvo por un solitario foco que alumbra al vacío.
A una silla sin voz porque la llorona, Chavela Vargas, ya no canta. Ya no llora, ya no vive. Se ha ido sonriente, dándole las gracias a la vida:
“Gracias a la vida -como decía Violeta Parra- que me ha dado tanto. Así voy a decir yo. Gracias, señora vida”.
Su último tequila le espera en el Teatro de Bellas Artes de DF. Allí acudirán sus admiradores (los tenía en todo el mundo) y los muchos amigos que tiene, que son pocos comparados con los que ella ha sobrevivido. Frida Khalo, León Trotsky, José Alfredo Jiménez… aquellos que la sacaron del Boulevard de los Sueños Rotos, donde le dijo a su otro amigo, Sabina, que vivió tan largo rato… Chavela inspiró tantas canciones como cantó sobre el escenario, también con sus amigos.
“Me rodee de amigos… del Sabina que lo adoro, porque un papel que encuentre por la calle lo escribe y me lo manda… muy simpático”.
Piensa en mí… cuando sufras…
La macorina, la chamana, la dama del poncho rojo… se fue con su Mexico querido en el corazón y España en la cabeza. Dijo Almodóvar, “desde Jesucristo, nadie ha abierto tanto los brazos como ella”. Y así, con los brazos abiertos, se ha entregado a su reconocida amiga, la muerte.
En una casa humilde, con grandes jardines, y una mesita en la que un Grammy no vale ni de lejos lo que una foto con amigos o un poema de García Lorca. Allí… la vida le aguantó… “hasta el último trago”.
Tomate esta botella conmigo… y en el último trago nos vamos…