EL CONTRAGOLPE

Hemos venido a emborracharnos

José Manuel Noguera, profesor de Periodismo en la UCAM, relata la experiencia vivida en El Sadar, con la enésima derrota sufrida por el Elche a domicilio

José Manuel Noguera

Elche | 11.04.2023 09:05

José Manuel Noguera, profesor de Periodismo de la UCAM. | Onda Cero Elche

Son las doce del mediodía y nos apresuramos para coger la número seis (en Pamplona los autobuses son femeninos porque son villavesas, la antigua empresa concesionaria). Nos deja en la universidad pública, a escasos metros de El Sadar, donde el río de rojillos ya es llamativo, aunque no más que mi sudadera blanca Acerbis con una gran franja verde.

La señora que está sentada a mi lado en la villavesa entra tímidamente en la conversación, para corregirnos sobre el aforo del remozado estadio navarro. Abonada desde hace veinte años, va al campo sola y no sabe si irá a Sevilla, viajar a la final de Copa será caro. Pero tiene amigos en Sevilla, recuerda. Como justificando que debe ir, como ya fue a la final de hace 18 años. Al final irá. Mientras, a mí se me entremezclan dos sentimientos contradictorios, alegría y bochorno, por el mismo hecho: es la primera vez que veré al Elche de visitante en tres años que lleva en Primera División.

Más contradicciones. Los bajos del estadio están abarrotados pero tranquilos. No sé, esperaba algo más de excitación en el ambiente después de la gesta de San Mamés, cánticos aquí y allá, alguna bufanda inquieta. Porque seguro que ellos también tenían muchas ganas de volver otra vez a la final. Pero nada. Debe de ser la alegría contenida de los norteños, o seguramente son mis tópicos sobre el norte, que por otro lado deberían estar más que erradicados tras diez años casado con una pamplonica. Nunca abandonamos del todo los tópicos, son nuestro acceso rápido a los mundos misteriosos que desconocemos. Será por eso que el fútbol tiene tantos.

Empieza el partido y ya noto que el ambiente es atronador, no tanto por la contenida alegría norteña, sino por el diseño del estadio. Vertical y con toda la grada cubierta, el sonido reverbera como si estuvieras en un pabellón de baloncesto. El Martínez Valero necesitaría el doble de gente para sonar igual. En el quesito visitante, muy esparcidos, cuento 65 franjiverdes, lo cual dado el contexto de la temporada me parece un gentío. Debería descontar a los últimos cuatro que han entrado, que por su falta de aspavientos y gestos con los nuestros me parecen turistas que han llegado a última hora, pero cuando me giro me doy cuenta de que los demás, los que sí están identificados como franjiverdes, se comportan exactamente igual.

Se comportan como si fuera una pretemporada. Y será porque lo es. Esta división extraña que se ha inventado el Elche con su propia incompetencia, que cada vez se parece menos a Primera pero que todavía no es Segunda, sirve para bastante poco en lo material, pero de algún modo el espíritu nos llama a estar aquí, para tener el convencimiento de que, al menos ese día, estabas donde tenías que estar. Oye, que no es poco para los tiempos que corren tener al menos ese convencimiento. El fútbol es una de las pocas certezas que nos quedan.

A pesar de que nos hemos adelantado con gol del Tete, diría que el resultado me da bastante igual, porque esto es como una pretemporada y eso. Pero es mentira. De todas las mentiras con las que se nutre el fútbol, que no son pocas (“la lotería de los penaltis”, “son once contra once”, “no hay rival pequeño”…), una de las más grandes es la de que hemos venido a emborracharnos y que, por tanto, el resultado nos da igual.

Me interesa ver muchas veces a John de titular, el experimento de Mascarell de central o ver en directo lo jodidamente bien que centra Lautaro. Pero también me interesa ganar. Por puro egoísmo, porque si estos desgraciados (en el sentido más literal del término) se llevan una alegría, me la llevo yo también. Por mucha pretemporada que sea en esta categoría desconocida que se ha inventado el Elche.

Y, sobre todo, porque Beccacece necesita construir proyecto sobre la alegría efímera de las victorias que no sirven para nada, sobre gestas individuales (de John, de Lautaro, del Tete o, quién sabe, incluso de Boyé) que encuentren sentido en lo colectivo, en la construcción de un grupo que vuelva a ilusionarse por algo. Porque esa es otra de las numerosas mentiras que nutren el fútbol, que hay victorias que no sirven. Todas sirven para algo. Por ejemplo, a los 65 de ese quesito visitante, incluidos los cuatro turistas, a los que ese domingo queríamos emborracharnos de franjiverdismo, nos habría servido bastante.

José Manuel Noguera es profesor de Periodismo en la UCAM