El campo de concentración de Albatera: última llamada al tren de la memoria
Labores arqueológicas siguen intentando desenterrar la verdad de lo ocurrido en el lugar y encontrar los restos de las víctimas 84 años después
Es un día normal en la estación de San Isidro, por la que pasan y paran muchos trenes repletos de personas. Unos leen mientras otros duermen o charlan entre sí. Los que observan por la ventana, a un lado del andén, ven la típica y tranquila huerta de la comarca de la Vega Baja, al sur de la provincia de Alicante. La miran sin pena ni gloria, pensando más en el tiempo que les queda hasta su próximo destino. Los más atentos identifican dos vigas en forma de V, con intriga de qué serán esos hierros. Suena el pitido de cierre de puertas y se marcha el tren, llevándose con él la ignorancia de tantas personas sin saber que esos dos postes metálicos cruzados marcan el recuerdo de la cárcel de 15.000 personas; para algunos, su tumba: el Campo de Concentración de Albatera.
Para su nacimiento hay que remontarse a plena Guerra Civil española, en el año 1937. Su origen no es proveniente del bando golpista, sino de la Segunda República que lo construiría a modo de campo de trabajo para presos. A diferencia del franquismo, la República invitaba a periodistas a ir al campo e incluso se pagaban algunos sueldos a presos. Terminó la Guerra y es ahí cuando el bando decide reutilizar el lugar. La memoria anual de 1938 hablaba de la capacidad de albergar a dos mil personas, pero los testimonios y datos que se tienen hablan de entre 15.000 y 20.000 presos que llegaron a residir confinados, como se refleja en los documentos de la publicación Historia Campo de Concentración.
El campo, de unas doce hectáreas, se llenó de prisioneros que no pudieron huir de Alicante, el último eslabón de la República. La misma estación por la que se bajan hoy plácidamente cientos de pasajeros al día servía para que los presos llegaran a su destino. Siete meses fue lo que duró la desastrosa y dura vida de este triste escenario, que en noviembre de 1939 cerraría sus puertas para siempre. Los franquistas no querían dejar huella de aquel lugar, desmantelando y destrozando cualquier tipo de documentación. Años después, en la década de los 50, el Instituto Nacional de Colonización puso en marcha un plan para poblar aquella zona y formar parte de lo que ahora conocemos como San Isidro.
En esos terrenos, que anteriormente pertenecieron a Albatera, trabaja Felipe Mejías, arqueólogo y director del grupo de trabajo y de investigación sobre el Campo de Concentración de Albatera. Entre sus labores está la de dar a conocer a la gente el patrimonio histórico del lugar. Pero no sólo se trata de contar a la gente, sino que también se lucha y se trabaja por encontrar a las personas que allí murieron para que no queden olvidadas y enterradas en un simple campo de lechugas. “El trabajo lo planteamos por campañas anuales que duran uno o dos meses, empezando el trabajo arqueológico in situ en septiembre de 2020, aunque yo comencé la investigación tres años antes”, explica Felipe Mejías acerca de la organización de las labores en el campo.
Buscar fosas comunes es una carga emocional añadida. No es lo mismo desenterrar restos medievales que alguien que podría ser tu abuelo
Para hablar de la vida en el Campo de Concentración de Albatera no bastaría con un único párrafo. Felipe Mejías la resume como “una verdadera tragedia humana”. Como describe el arqueólogo, "la comida escaseaba y una lata de sardinas daba para dos personas y un chusco de pan, para cinco”, lo que provocaba la muerte de muchos por hambre. Otra razón que ejemplifica las malas condiciones que se sufrían en ese lugar es que muchos morían por culpa de enfermedades no tratadas como tifus, tuberculosis o malaria, entre otras, falleciendo totalmente abandonados.
El suelo, al ser salino en verano, era insufrible debido a la cantidad de calor y mosquitos que había en esa parte de la Vega Baja. Además, a los presos se les mandaba formar cuando llegaban comisiones de falangistas para buscar prisioneros y llevárselos. “Imagina vivir la situación de estrés y tensión porque sabían que les iban a matar o a llevar a una cárcel”, reflexiona Felipe Mejías acerca de las deplorables vidas de los prisioneros.
Hace unos meses, Mejías dio con una carta que le ha llevado a deducir que los ocho fusilados que aparecen en el registro civil de Albatera son un mínimo reflejo de lo que de verdad sucedió en ese Campo de Concentración. La carta fue escrita por el párroco de Albatera a uno de los familiares de un prisionero donde explicaba que este había sido fusilado tras un intento de huida. La misiva estuvo guardada por la familia del preso hasta que esta se puso en contacto con Felipe Mejías. “Esto confirmaría que hay muchos más fusilados que no están documentados, pero es algo raro porque el ejército franquista solía registrarlo todo”, explica el arqueólogo. Del campo apenas hay archivos, pero para Felipe Mejías que “haya muertos en el campo que no aparecen por ningún sitio no quiere decir que no existan".
“Cada uno de los que trabaja allí tiene su ideología y sentimientos, pero el trabajo del grupo de investigación es, ya que no se conserva documentación del campo de concentración, contar lo que paso allí con los objetos”, relata el arqueólogo en torno a la carga emocional y la importancia de esa labor. Entre las actividades que se llevan a cabo está la de recorrer el terreno con un georradar en busca de posibles estructuras enterradas o la de encontrar objetos personales como joyas y botes de sardinas o restos de munición que ayuden a rememorar lo sucedido.
Cada uno de los que trabaja allí tiene su ideología y sentimientos pero nuestro trabajo es, con los objetos, contar que paso allí
Volviendo a los sentimientos, una labor que supone “una carga emocional añadida” para el equipo que trabaja en el Campo de Concentración de Albatera es la búsqueda de fosas comunes, como relata el arqueólogo: “No es lo mismo desenterrar restos medievales que alguien que podría ser nuestro abuelo; es duro, pero a la vez satisfactorio cuando vemos que tanta gente nos apoya”, cuenta Felipe Mejías. Además, el arqueólogo añade que los restos que buscan “son personas que murieron por una causa justa, represaliadas por defender a un gobierno democrático”.
Contar es una palabra marcada entre ceja y ceja para Felipe Mejías siendo esta una de las labores más importantes que lleva a cabo con relación a este cónclave: "Estoy empeñado en la divulgación porque nuestro trabajo no tiene sentido si esto se queda entre cuatro arqueólogos; hay que explicarlo a la sociedad", afirma Mejías. Para ello, ofrece conferencias o se desplaza a centros educativos en los que, dice, “causa un efecto brutal”. “Mucha gente desconoce la realidad de los campos de concentración y es muy gratificante explicarlo de forma objetiva”, añade. Para el arqueólogo, “aún falta mucho trabajo por hacer”, ya que para él “la gente no es consciente de la dimensión real de estos sitios” e, incluso, “hay personas cegadas por la ideología que niegan lo sucedido".
El trabajo en el Campo de Concentración de Albatera no sería posible sin el apoyo de las administraciones, como por ejemplo la del Ayuntamiento de San Isidro. “Hay una relación muy estrecha con Felipe (Mejías), trabajando codo con codo en cualquier cosa que se necesite”, asegura el alcalde de San Isidro, Manuel Gil, acerca de la cooperación entre ambos. En este caso, el Consistorio es el que se encarga de contratar las labores de arqueología porque “es el beneficiario”, reconoce. La administración local también se encarga de acceder a subvenciones de la Conselleria, a la espera de saber qué ocurrirá con ella una vez que se ha producido el cambio de gobierno en la Generalitat Valenciana.
Dar a conocer la historia de este campo de concentración es una prioridad para la Alcaldía de San Isidro, que ha repetido en el gobierno local a pesar de la fuerza de la derecha en los pasados comicios municipales y autonómicos: “Para nosotros es muy importante darle difusión porque lo vemos como una oportunidad de situarnos en el plano”, señala Manuel Gil acerca de lo que puede suponer para el pueblo. Para el Ayuntamiento de San Isidro es importante reflejar lo que sucedió y lo que no tiene que volver a pasar, tanto en el campo de concentración como en el de trabajo, “sin esconder absolutamente nada”, refleja el alcalde con firmeza.
Estas labores de arqueología, investigación, documentación o enseñanza que se realizan tienen como finalidad varias aspiraciones. “Si se consiguiera ‘musealizar’ la zona vendría la gente a San Isidro”, señala Manuel Gil como objetivo. “Queremos un centro al que puedan acudir desde el ámbito educativo hasta cualquier persona con curiosidad”, explica el alcalde con relación al futuro centro de interpretación que se pretende construir en la zona del campo de concentración. Además, anualmente se realizan las Jornadas en torno al Campo de Concentración de Albatera habiéndose realizado ya quince ediciones.
La realidad es que los medios junto a las intenciones -hasta de las administraciones, algo a veces difícil de creer- están sobre la mesa. Ahora solo falta que el río siga su cauce y que los objetivos, como el museo, se cumplan. Pero no todo depende de la administración. La sociedad debe poner de su parte ‘abrazando’ el trabajo realizado alrededor del Campo de Concentración de Albatera y conociendo lo sucedido. Porque esa es una de las funciones de la historia: estudiar el pasado y reconocer los errores para que no vuelvan a suceder. Que no se escape el tren y la oportunidad de aprender de ellos.