EN ONDA DEPORTIVA OPINA EL PERIODISTA ÁLEX TORRÚS

Soy del Elche, a pesar de ellos

Alejandro Torrús es periodista y politólogo. Trabaja en el Diario Público. De Elche y del Elche.

ondacero.es

Madrid | 13.12.2016 17:07

Álex Torrús, periodista. | Onda Cero Elche

Soy del Elche. Lo reconozco. Soy del Elche antes que de cualquier otro equipo. Soy del Elche aunque haya fines de semana que no veo el partido. Hay veces que por una causa mayor, pero hay otros días que no me da la gana. Prefiero salir a tomar una cerveza antes que quedarme en casa solo viendo el partido en alguna web de dudosa legalidad. Hay domingos, incluso, que se me olvida hasta consultar los marcadores de Segunda División. Los de Primera también, para qué vamos a engañarnos tan pronto.

El equipo de fútbol, como la familia o los amigos del colegio, no se elige. El equipo de fútbol es el que te toca. Y a mí me tocó el Elche. Yo no elegí tener como uno de los primeros recuerdos de la infancia el gol de Cuxart en Barakaldo, ni celebrar los goles como Claudio en el ascenso en Mellila ni hacer los controles de Nino. Soy del Elche y no me quedó más remedio que entrenarme para ser como Benja, el expreso de Bigastro, y querer ser un puñal en banda como Xumetra y golpear el balón como Albacar.

Soñar con que Jonathas vuelva a ponerse unas gafas de sol en el córner del Martínez Valero es casi una obligación. Porque soy del Elche. Aunque no sea nada fácil. Es casi un empeño. Soy del Elche, a pesar de ellos. Es complicado seguir la actualidad de un equipo a 400 kilómetros de distancia, pero más complicado es empatizar con un equipo del que no entiendes nada. Y lo peor de todo, del que es prácticamente imposible saber nada. Porque apenas hay información. Porque no se sabe. Porque los que dirigen el club lo han manejado como si fuera su cortijo privado. De espaldas a la sociedad. De espaldas a la afición. De espaldas a la Agencia Tributaria.

Recuerdo perfectamente el programa que El Larguero de José Ramón de la Morena (ahora El Transistor de Onda Cero) emitió desde Elche para celebrar nuestro último ascenso. Y digo nuestro. Sepulcre, por entonces presidente del club, presumía de tener una de las economías más saneadas del país. Pero no era verdad. Era una más de una lista interminable de mentiras o medias verdades que llevarían al equipo a descender en los despachos y a sobrevivir en un continuo estado de asfixia en Segunda División. Otra vez.

Sigo sin entender el maldito contrato con Eventos Petxina. Las carísimas obras de remodelación del estadio Martínez Valero. No entiendo el insulto que supone dejar de pagar el crédito avalado por la Comunidad Valenciana. Menos aún que la Comunidad Valenciana preste dinero o avale a clubes de fútbol. Se me escapa cómo se pudo anunciar en rueda de prensa la obtención de un crédito que no existía. Y mucho menos cómo el club pudo dejarse estafar en un proceso que, no lo olvidemos, incluyó viajes a Miami, entre otros lujos, y que costó a las arcas del club más de un millón de euros.

Me pierdo cuando intento adivinar qué llevó a la directiva a pensar que ellos sí podían superar el límite presupuestario marcado por La Liga. O a hacer pagos en efectivo a algunos jugadores y a estar meses sin pagar a la plantilla. ¿Y lo de no pagar a Hacienda? Pero ya no tengo ni dónde agarrarme cuando pienso en cómo es posible que Sepulcre y su directiva hicieran y deshicieran a su antojo ante la mirada, y a veces el aplauso, de buena parte de nuestras instituciones y medios de comunicación locales.

Me descoloca tanto o más el Elche 2.0 de Anguix en el Centro de Congresos. El empresario americano que visitó el Ayuntamiento aquel verano del descenso. Las declaraciones de Tebas en Onda Cero Elche, a preguntas de Monserrate Hernández, absolviendo a Sepulcre y condenando a Anguix. No entiendo por qué el propio Tebas, que ahora suscribe esas manifestaciones, inhabilitó a Sepulcre y a su Junta Directiva por irregularidades contables. No entiendo quién conforma la actual dirección y si se trata de personalidades con intereses propios o son esbirros de otros.

La casa de locos en la que se ha convertido la entidad franjiverde es en muchas ocasiones un ataque a la inteligencia y a la pasión de los ilicitanos. El fútbol es pasión, sentimiento. Es un fuego que te nace por dentro y que te lleva a competir y a intentar ganar haciéndolo lo más bonito posible con el balón. Pero la racionalidad debe estar por encima del sentimiento. El negocio que han montado alrededor de nuestro Elche poco tiene que ver con el fútbol. Es otra cosa bastante más mundana, y a veces, deleznable.

La obligación de aficionados y periodistas es pedir explicaciones a aquellos que han convertido la entidad, que debe ser un buque insignia de los ilicitanos, en un lugar opaco, de ventanas cerradas, de olores corruptos, de faltas de respeto al contribuyente. Un lugar donde los aficionados no tienen sitio y donde los que mandan se presentan como héroes, verdugos y víctimas al mismo tiempo. Donde se viste de patriotismo local los intereses personales de unos pocos. Donde Sepulcre aún contesta como si él nunca hubiese roto un plato.

Elche es una palabra muy seria, que decía Sixto Marco. Y su afición también. No me cabe duda de que los aficionados, a pesar de tanto maltrato, volverán a llorar si el equipo pierde una final de playoff, celebrarán un empate ante el Barcelona como una Copa de Europa y se les manchará la cara de rojo rabia cuando vean cómo un árbitro decide pitar un penalti inexistente ante el Real Madrid. Pero dejen de insultar a nuestra inteligencia. Ni Elche ni el Elche se fundaron hace tres días. Ni su pasado ni su presente ni su futuro pueden estar en las manos de unos señores que han demostrado reiteradamente su incapacidad. Y parafraseando a nuestro pintor más ilustre: el que no se sienta del Elche, que se muera y que se vaya. No necesariamente en ese orden.