En un primer momento, teníamos los llamados "tranvías de sangre". Es decir, vagones tirados por animales, bien mulas bien caballos. A partir de 1909 ya teníamos un tranvía más moderno, que utilizaba electricidad. Aunque eso no estuvo libre de inconvenientes. Los habituales apagones fueron un foco constante de problemas para el tranvía.
El desembarco del tranvía en Gijón se lo debemos a Florencio Valdés, un emprendedor que vio negocio. Y durante muchos años fue boyante. Pero su falta de mantenimiento y el paso de los años, dando paso a muchas averías, además de los referidos apagones, fueron acabando con su presencia. Tampoco ayudaron los descarrilamientos y los no poco habituales accidentes.
Gijón llegó a contar con tres líneas que iban hacia el este, oeste y sur. Llegó a convivir durante años con los autobuses, que no llegó pensando en sustituir al tranvía, sino como un complemento. Ambos medios de transporte tuvieron su uso, y de hecho el tranvía no desapareció por falta de uso. Durante épocas como la posguerra fue un medio muy utilizado. En verano también. Sin embargo, cuando desapareció nadie protestó, comenta Héctor Blanco.
A día de hoy no es visible ningún vestigio del tranvía en la ciudad. Lo único que queda es un vagón de tranvía que puede verse en el Museo del Ferrocarril.