Madrid | 27.05.2021 12:28
Seis días antes de la final de Champions, el Manchester City se daba un homenaje. Público en las gradas, trofeo al viento, despedida a su ídolo, el Kun Agüero –que se marcha al Barça- y un sinfín de sonrisas y de lágrimas dulces en un partido que terminaba ganando con los suplentes. Mientras, en Birmingham el Chelsea lograba in extremis la cuarta plaza del campeonato con mucho sufrimiento y poco mérito, perdiendo ante un Aston Villa sin necesidades. El cuento de Tuchel terminaba bien tras un gran desgaste en las últimas semanas y la idea de que el equipo sigue sin afinar la puntería. Pero con eso había bastado, de momento; porque la siguiente batalla ya asomaba en el consciente colectivo, debían ganarle la Champions al equipo que celebraba la Premier sin despeinarse.
Han pasado cuatro años desde que Pep Guardiola se presentara como mesías del nuevo Manchester City. En aquel momento la ecuación parecía simple y segura: el dinero del jeque, unido al talento del mejor entrenador del mundo, sólo podía conducir a la conquista absoluta; y esa conquista es la Liga de Campeones. El proyecto ha tardado pero parece haber llegado al momento de recoger la cosecha. En un fútbol de exigencias inmediatas, Guardiola se presenta en la gran final como el buen estudiante, el hacedor de un equipo consolidado que juega de memoria y que ha aprendido con paciencia de sus errores –defensivos sobre todo-.
Tampoco es que Thomas Tuchel sea un técnico con un libreto desconocido. El alemán tomó el relevo en el Dortmund de Klopp y le dio continuidad, y después llevó al PSG, con sus estrellas y veleidades, a su primera final de Champions que terminó perdiendo hace menos de un año. Por eso cuando llegó al Chelsea el pasado mes de enero la tarea parecía requerir años, un proyecto como el de Guardiola en Manchester; pero no. Tuchel tomó un equipo deshecho y débil, con talento y juventud pero demasiado bisoño y armó con él una revolución breve pero efectiva y que además no tenía que ver demasiado con el ‘estilo Tuchel’ ofensivo y alegre. Al contrario, el Chelsea se cerró en una defensa de cinco infranqueable, con dos pivotes por delante y tres chicos jóvenes para correr solos en el frente de ataque; con ello y con Mount, la nueva estrella del equipo, los blue se han convertido en el equipo menos goleado en los últimos cuatro meses y han barrido de la Champions a Atlético, Oporto y Real Madrid, mostrando un nivel físico espectacular.
Con estos mimbres tenemos que armar una final de Champions a la altura de las expectativas; y sin embargo, los mimbres no parece que vayan a darnos un cesto acorde con los tópicos. Ni ardiente fútbol inglés, ni dominio frontal guardiolista, ni avalancha de Tuchel. A ninguno de estos estereotipos se les espera en el campo. Y es que el City de Guardiola se ha convertido en el menos guardiolista de sus equipos, mucho más sólido y menos abrumador, con una defensa que a menudo rinde más que sus atacantes, con un Ruben Dias elegido –no es casual- mejor jugador de la temporada en Inglaterra. Con todo y con este Chelsea imposible de atravesar, la final de la Liga de Campeones, la madre de todas las batallas, el gran escaparate del fútbol europeo y, en este caso, del fútbol inglés, puede convertirse en un gran espectáculo táctico que ensombrezca al circo que todos deseamos en el campo.